La vida, tal como es, solamente resulta soportable a los
hombres por la mentira. Quienes rechazan la mentira y,
sin rebelarse contra el destino, prefieren saber que la
vida es intolerable, acaban por recibir desde afuera,
desde un lugar situado fuera del tiempo, algo que permite
aceptar la vida como es.
Todo el mundo siente el mal, le tiene horror y quisiera
librarse de él. El mal no es ni sufrimiento ni pecado,
es una y otra cosa a la vez, algo común a ambos, pues
los dos están ligados: el pecado hace sufrir, el sufrimiento
engendra maldad, y esta mezcla inseparable de sufrimiento
y pecado es el mal en el que estamos, a pesar nuestro;
y estar en él nos horroriza.
Parte del mal que está en nosotros lo arrojamos, lo proyectamos
sobre los objetos de nuestra atención y nuestro deseo. Y esos
objetos nos lo devuelven, y parece como si el mal
viniera de ellos. Por eso llegamos a sentir odio y asco por los
lugares en que nos encontramos sumidos en el mal; nos da
la impresión de que esos lugares nos aprisionan en el mal. Es
así como los enfermos llegan a odiar su habitación y su entorno,
aun cuando esté formado por seres queridos; así también como
los obreros llegan a odiar su fábrica, etc.
Pero si dirigimos nuestra atención y nuestro deseo sobre una cosa
perfectamente pura, la parte de nuestro mal que arrojemos sobre
ella no la manchará; seguirá siendo pura, no nos devolverá el
mal y así nos libraremos de él.
Somos seres finitos, y también es finito el mal que hay en nosotros;
así pues, si la vida durara lo bastante, podríamos tener la
certeza de que llegaría el día en que, por este medio y
en este mundo, nos veríamos libre de todo mal.
Nada hay puro en este mundo, salvo los objetos y los textos
sagrados, la belleza de la naturaleza (si se la contempla
en sí misma, sin tratar de alojar en ella las fantasías
propias) y, en menor grado, los seres humanos en los que
Dios habita y las obras artísticas surgidas de la inspiración
divina.
El único obstáculo a esta trasmutación del horror en amor es
el amor propio, que hace penosa la operación de llevar
nuestra mancha al contacto con la pureza. Sólo se puede
vencer al amor propio si se tiene una especie de indiferencia
respecto de la propia mancha, si se es capaz de ser feliz
con el pensamiento de que existe algo puro.