Sobre el fracaso de Frodo y otros temas de
El Señor de los Anillos
– Septiembre de 1963
(Respuesta a los comentarios de una lectora sobre la incapacidad de Frodo de entregar
el Anillo en las Grietas del Destino.)
Muy pocos (a decir verdad, en cartas sólo usted y alguien más) han observado
o comentado la «incapacidad» de Frodo.
Es un detalle muy importante.
Desde el punto de vista del narrador, los acontecimientos en el Monte del Destino
proceden simplemente de la lógica del cuento hasta ese momento. No fueron
deliberadamente elaborados ni previstos hasta que ocurrieron. [1] Pero, por empezar,
se hizo muy claro por fin que Frodo, después de todo lo ocurrido, sería incapaz
de destruir voluntariamente el Anillo. Reflexionando sobre la solución después de
llegada a ella (como mero acontecimiento), siento que resulta fundamental en relación
con la entera «teoría» de la verdadera nobleza y heroísmo que se presenta.
Frodo, por cierto, fue «incapaz» como héroe tal como lo conciben las mentes
simples: no soportó hasta el final; cedió, desertó. No digo «mentes simples» con
desprecio: con frecuencia ven con claridad la verdad simple y el ideal absoluto al
que dirigir el esfuerzo, aun cuando resulte inalcanzable. Su debilidad, sin embargo,
es doble. No perciben la complejidad de una situación dada en el Tiempo, en el que
un ideal absoluto está atrapado. Y tienden a olvidar ese extraño elemento del Mundo
que llamamos Piedad o Misericordia, que es también un requerimiento, absoluto en
el juicio moral (puesto que está presente en la naturaleza divina). En su más alto
ejercicio pertenece a Dios. Para los jueces finitos de conocimiento imperfecto debe
llevar al empleo de dos diferentes escalas de «moralidad». Ante nosotros mismos
debemos presentarnos el ideal absoluto sin compromiso, pues no conocemos los límites
de nuestra propia fuerza natural (más la gracia), y si no apuntamos a lo más alto,
estaremos sin duda por debajo de lo que podríamos alcanzar. A los demás, a los
que conocemos lo bastante como para emitir un juicio, debemos aplicar una escala
atemperada por la «misericordia»: es decir, como con buena voluntad podemos
hacer esto sin la tendencia inevitable en juicios acerca de nosotros mismos, debemos
estimar los límites de la fortaleza de otro y sopesarla en relación con la fuerza
de las particulares circunstancias.[2]
No creo que Frodo fuera un fracaso moral. En el último momento la presión
del Anillo alcanzaría su máximo; imposible, diría yo, que cualquiera pudiera
resistirlo, seguramente después de conservarlo tanto tiempo, meses de incrementado
tormento, hambre y agotamiento. Frodo había hecho lo que podía y estaba exhausto
(como instrumento de la Providencia) y había logrado una situación en la que el
objeto de su búsqueda era alcanzable. Su humildad (con la que había empezado) y
sus sufrimientos fueron justamente recompensados por el más alto honor; y su
ejercicio de la paciencia y la misericordia que usó con Gollum le ganaron la Misericordia:
su incapacidad quedó enmendada.
Somos criaturas finitas con limitaciones absolutas con respecto al poder de acción
o de resistencia de nuestra estructura anímico-corporal. El fracaso moral de un
hombre sólo puede afirmarse, me parece, cuando su esfuerzo o su capacidad de resistencia
quedan por debajo de sus límites, y la culpa decrece cuanto más cerca se
está de dichos límites.[3]
No obstante, creo que puede observarse en la historia y en la experiencia que
algunos individuos parecen situarse en posiciones «de sacrificio»: situaciones o tareas
que para el perfeccionamiento de su solución exigen capacidades más allá de
sus límites extremos, aun más allá de todo límite posible para una criatura encarnada
en el mundo físico, en las que el cuerpo puede ser destruido o mutilado de tal
manera que afecta la mente y la voluntad. El juicio en tal caso debe depender,
pues, de los motivos y la disposición con los que se puso en marcha, y debe sopesar
sus acciones en relación con la máxima posibilidad de sus capacidades a lo largo
del camino que constituye su punto límite.
Frodo emprendió su búsqueda por amor: para salvar del desastre, a sus propias
expensas, si podía, al mundo que él conocía; y también con completa humildad,
reconociendo que era del todo inadecuado para la tarea. Su verdadero compromiso
consistía tan sólo en hacer lo que pudiera, tratar de hallar un camino y
avanzar tanto por él como la fuerza de su mente y de su cuerpo lo permitía. Es lo
que hizo. No veo que el quebrantamiento de su mente y su voluntad bajo demoníaca
presión después del tormento sea más un fracaso moral que lo habría sido el
quebrantamiento de su cuerpo si hubiera sido estrangulado por Gollum o aplastado
por la caída de una roca, por ejemplo.
Ese parece haber sido el juicio de Gandalf y de Aragorn y todos los que estaban
enterados de la entera historia de su viaje. ¡Por cierto, Frodo no habría ocultado
nada! Pero lo que el mismo Frodo sintió acerca de los acontecimientos es otra
cuestión enteramente distinta.
Al principio no parece haber tenido el menor sentimiento de culpa (III, 298); [4]
recuperó la sensatez y la paz. Pero luego pensó que había dado su vida en sacrificio:
esperaba morir muy pronto. Pero no fue así, y es posible observar en él una
creciente inquietud. Arwen fue la primera en observar los síntomas, y le dio su joya
como consuelo y pensó en un medio por el cual curarlo. [5]
Lentamente va desvaneciéndose
«del cuadro», hablando y haciendo cada vez menos. Creo que está claro
para el lector atento que cuando los tiempos oscuros le llegan y es consciente de
haber recibido «la herida de un puñal, la de un aguijón y la de unos dientes; y la de
una larga y pesada carga» (III, 355), no eran sólo recuerdos de las pesadillas de
los pasados horrores lo que lo afligía, sino también una autoinculpación irracional:
se veía a sí mismo y a todo lo que había hecho como un fracaso. «Aunque vuelva a
la Comarca, no parecerá la misma, porque yo no seré el mismo.» Eso fue en realidad
una tentación venida de la Oscuridad, una última chispa de orgullo: el deseo de
haber vuelto como un «héroe», no contento con ser el mero instrumento del bien. Y
estaba mezclada con otra tentación, más negra y, sin embargo (en cierto sentido),
más merecida, porque, comoquiera que pueda explicarse, de hecho no había arrojado
el Anillo por un acto voluntario: estaba tentado de lamentar su destrucción y
hasta de desearla. «Ha desaparecido para siempre y todo está ahora oscuro y vacío»,
dijo cuando despertó después de su enfermedad en 1420.
«-¡Ay! …. Ciertas heridas nunca curan del todo», dijo Gandalf (III, 355): no
en la Tierra Media. Frodo fue enviado o se le permitió cruzar el Mar para curarlo, si
eso era posible, antes de morir. Tendría que «irse» finalmente: ningún mortal podía,
o puede, morar por siempre en la tierra o dentro del Tiempo. De modo que fue
a la vez al encuentro de un purgatorio y de una recompensa por algún tiempo: un
período de reflexión, de paz y de mayor entendimiento de su posición en la pequeñez
y la grandeza, pasado a pesar de todo en el Tiempo en medio de la belleza natural
de «Arda Impoluta», la Tierra no maculada todavía por el mal.
Bilbo fue también. Sin duda, para completar el plan trazado por el mismo
Gandalf. Éste sentía gran afecto por Bilbo, desde la juventud del hobbit en adelante. Su compañía era realmente necesaria en bien de Frodo; es realmente difícil
imaginar a un hobbit, aun uno que hubiera pasado por las experiencias de Frodo,
verdaderamente feliz, aun en un paraíso terrenal, sin un compañero de su propia
especie, y Bilbo era la persona a la que Frodo más quería. (Cf. III, 334, líneas 15 a
27, y 349, líneas 13-15.)[6] Pero también necesitaba y merecía el favor por sí mismo.
Llevaba todavía la marca del Anillo y era necesario que finalmente le fuera borrada:
una huella de orgullo y de posesividad personal. Por supuesto, era viejo y
tenía la mente confusa, pero era todavía una revelación de la «marca negra» cuando
dijo en Rivendel (III, 353): «… ¿qué fue de mi anillo, Frodo, el que tú te llevaste?»;
y cuando se le recordó lo que había ocurrido, su contestación inmediata fue:
«¡Qué lástima! Me hubiera gustado verlo de nuevo». En cuanto a su recompensa,
es difícil considerar completa su vida sin una experiencia de carácter «puramente
élfico» y la oportunidad de escuchar las leyendas e historias en su totalidad, ya que
sus fragmentos tanto le habían gustado.
Por supuesto, resulta claro que el plan había sido trazado y concertado (por
Arwen, Gandalf y otros) antes de que Arwen hablara. Pero Frodo no lo captó de inmediato;
sólo después de reflexionar fue comprendiendo las consecuencias lentamente.
Semejante viaje no parecería en un principio necesariamente temible, ni siquiera
como algo que se proyectaba para más adelante… en tanto no tuviera fecha
y fuera pos-ponible. Su verdadero deseo era, tan propio de un hobbit (y de un ser
humano), sólo volver a «ser sí mismo» y volver a la vida familiar que había sido interrumpida.
Ya en el viaje de vuelta desde Rivendel, vio repentinamente que eso ya
no era posible para él. De ahí su grito: «¿Dónde encontraré descanso?». Sabía la
respuesta, y Gandalf no le contestó. En cuanto a Bilbo, es probable que Frodo no
entendiera en un principio lo que quiso decir Arwen con «no volverá a hacer un largo
viaje, salvo uno». De cualquier modo, no lo asoció con su propio caso. Cuando
Arwen habló (en 3019 de la Tercera Edad), era todavía joven, no había cumplido
todavía los 51, y Bilbo era 78 años mayor. Pero en Rivendel llegó a entender las cosas
con mayor claridad. Las conversaciones que mantuvo allí no han sido registradas,
pero bastante queda revelado en la despedida de Elrond en III, 354.[7] Desde
el comienzo de su primera enfermedad (5 de oct. de 3019), Frodo debió de haber
estado pensando en «navegar», aunque se resistía aún a tomar una decisión final:
ir con Bilbo, o ir en absoluto. Sin duda, después de su grave enfermedad de marzo
de 3020 se decidió.
Sam fue creado para que lo amen y se rían de él. Irrita a algunos lectores y
hasta los enfurece. Puedo entenderlo. Todos los hobbits a veces me afectan del
mismo modo, aunque sigan gustándome mucho. Pero Sam puede ser muy «cargante».
Es un hobbit más representativo que cualesquiera otros que hayamos visto con
frecuencia; y, en consecuencia, tiene con mayor intensidad un ingrediente de esa
cualidad que aun a veces les es difícil soportar a los hobbits: una vulgaridad -con
ello no me refiero a una mera practicidad-, una miopía mental orgullosa de sí, una
satisfacción vanidosa (en grado diverso), una seguridad de sí y una disponibilidad a
medirlo y generalizarlo todo a partir de una experiencia limitada, en amplia medida
entronizada en una sentenciosa «sabiduría» tradicional. Sólo excepcionalmente encontramos
hobbits en íntimo compañerismo, los que tienen una gracia o un don:
una visión de la belleza, una reverencia por cosas más nobles que ellos mismos, en
guerra con su rústica autocomplacencia. ¡Imagine a Sam sin la educación que le
impartió Bilbo y la fascinación que le produce todo lo élfico! No es difícil. La familia
Coto y el Gaffer [Tío] cuando los «Viajeros» retornan, constituyen un atisbo suficiente.
Sam era seguro de sí, y en lo íntimo un poquillo fatuo; pero su fatuidad había
sido transformada por la devoción que sentía por Frodo. No se consideraba heroico,
ni siquiera valiente o admirable en ningún sentido, salvo en la lealtad con que estaba
dispuesto a servir a su amo. Eso tenía un componente (probablemente inevitable)
de orgullo y posesividad: es difícil excluirlo de la devoción de los que desempeñan
semejante servicio. De cualquier modo, le impedía la comprensión plena del
amo al que amaba y seguirlo en su gradual educación hacia la nobleza del servicio
de lo ingrato y de la percepción en lo corrupto del bien dañado. Sencillamente, no
comprendía del todo los motivos de Frodo ni su aflicción en el episodio del Estanque
Prohibido. Si hubiera comprendido mejor lo que ocurría entre Frodo y Gollum, las
cosas habrían resultado diferentes al final. Para mí quizás el momento más trágico
de la historia es el de II, 449 y siguientes, cuando Sam no advierte el cambio completo
habido en el tono y el aspecto de Gollum. «-Nada, no, nada -le respondió Gollum
afablemente-. ¡Buen amo!» Su arrepentimiento se malogra y la piedad de Frodo
(en cierto sentido [8]) queda desperdiciada. El antro de Ella-Laraña se vuelve inevitable.
Esto es consecuencia, por supuesto, de la «lógica de la historia». Difícilmente
Sam podría haber actuado de manera diferente. (Alcanzó el punto de la piedad finalmente
(III, 2.94), [9] pero, para el bien de Gollum, demasiado tarde.) Si lo hubiera
hecho, ¿qué habría ocurrido? El proceso de la entrada a Mordor y la lucha por
llegar al Monte del Destino habrían sido diferentes y también lo habría sido el final.
El interés se habría mudado a Gollum, creo, y a la batalla que se habría librado entre
su arrepentimiento y su nuevo amor por un lado, y el Anillo. Aunque el amor se
hubiera ido fortaleciendo diariamente, no podría haberse arrancado del dominio del
Anillo. Creo que de algún modo extraño, retorcido y lamentable, Gollum habría intentado
(quizá sin un designio consciente) satisfacer a ambos. Sin duda, a cierta altura
no mucho antes del final, habría robado el Anillo o lo habría tomado por la
fuerza (como ocurre concretamente en el Cuento). Pero satisfecha la «posesión»,
creo que se habría sacrificado por Frodo y se habría arrojado voluntariamente al
abismo en llamas.
Creo que el efecto de su regeneración parcial por amor habría constituido una
visión más clara cuando reclamara el Anillo. Habría percibido la maldad de Sauron,
y de pronto se habría dado cuenta de que no podía utilizar el Anillo y de que no tenía
la fuerza ni la estatura para conservarlo, a despecho de Sauron: el único modo
de conservarlo y de herir a Sauron era destruirlo y destruirse él mismo a la vez; y
en un fugaz vislumbre habría visto que esto era el más grande servicio que podría
rendirle a Frodo. Éste, en el cuento concreto, coge el Anillo y lo reclama; por cierto,
también él habría tenido un claro vislumbre, pero no se le dio tiempo: fue atacado
inmediatamente por Gollum. Cuando Sauron cobró conciencia de la captura del Anillo,
su única esperanza radicó en su poderío: que el pretendiente a su posesión fuera
incapaz de cederlo en tanto Sauron no tuviera tiempo de vérselas con él. Entonces
también Frodo probablemente, si no era atacado, tendría que haber adoptado la
misma medida: arrojarse con el Anillo al abismo. De lo contrario, habría fracasado
por completo. Es un problema interesante: cómo habría actuado Sauron o habría
resistido el pretendiente. Sauron envió de inmediato a los Espectros del Anillo. Naturalmente,
se les dio plena instrucción y de ningún modo se los engañó respecto
del verdadero señorío del Anillo. Quien lo llevara no sería invisible para ellos, sino a
la inversa; y más vulnerable ante sus armas. Pero la situación era ahora diferente a
la que se había dado en la Cima de los Vientos, en la que Frodo había actuado meramente
por temor y sólo había querido utilizar (en vano) el poder subsidiario del
Anillo de conferir invisibilidad. Había crecido desde entonces. ¿Habrían sido inmunes
a su poder si él lo tenía como instrumento de comando y de dominio?
No del todo. No creo que hubieran podido atacarlo con violencia, apoderarse
de él o tomarlo cautivo; habrían obedecido o fingido obedecer cualesquiera órdenes
menores suyas que no hubieran entorpecido su cometido, impuesto sobre ellos por
Sauron, que todavía mediante los nueve anillos (que tenía en su poder) poseía fundamental
control de sus voluntades. Ese cometido era sacar a Frodo del Abismo.
Una vez perdida la capacidad o la oportunidad de destruir el Anillo, no cabría poner
en duda el final, salvo que hubiera ayuda desde el exterior, que aun era apenas
remotamente posible.
Frodo se había convertido en una persona considerable, pero de una clase especial:
en amplitud espiritual más que en aumento de capacidad física o mental; su
voluntad era mucho más fuerte de lo que había sido, pero en la medida en que
había sido ejercitada para oponer resistencia sin usar el Anillo y con el objeto de
destruirlo. Necesitaba tiempo, mucho tiempo, antes de que pudiera controlar el Anillo
o (que en tal caso es lo mismo) antes de que éste pudiera controlarlo a él; antes
de que su voluntad y arrogancia pudieran aumentar en estatura lo bastante como
para lograr dominar otras considerables voluntades hostiles. Aun por un largo tiempo,
sus actos y órdenes tendrían todavía que parecería «buenas» para el beneficio
de otros además de para sí mismo.
La situación de Frodo con el Anillo frente a los Ocho[10] podría compararse con
la de un bravo hombrecillo provisto de un arma devastadora frente a ocho salvajes
guerreros de gran fuerza y agilidad armados de espadas envenenadas. La debilidad
del hombre consistía en que no sabía aún cómo utilizar su arma, y era, por temperamento
y educación, adverso a la violencia. La debilidad de ellos, en que el arma
del hombre era algo que los llenaba de espanto, pues en su culto religioso constituía
un objeto de terror ante el que estaban condicionados a tratar con servilismo al
que lo portara. Creo que habrían manifestado «servilismo». Habrían saludado a
Frodo como a un «Señor». Con dulces palabras lo habrían inducido a abandonar el
Sammath Naur, por ejemplo, «para cuidar de su nuevo reino y contemplar a lo lejos,
con su nueva vista, la morada de poder que debe ahora reclamar como propia
y torcer para sus propios fines». Una vez fuera de la estancia, mientras él estuviera
mirando, algunos de ellos habrían destruido la entrada. Frodo, por entonces, habría
estado lo bastante inmerso en grandes planes de modificaciones políticas
—parecidos a los de la visión que tentó a Sam (III, 231),[11] pero mucho más grandes
y vastos— como para prestar atención a esto. Pero si todavía conservaba alguna
cordura y en parte comprendía su significación, de modo que se negara a ir con
ellos ahora a Barad-dür, sencillamente habrían esperado. Hasta que el mismo Sauron
llegara. De cualquier modo, pronto tendría lugar una confrontación entre Frodo
y Sauron, si el Anillo permanecía intacto. Su resultado era inevitable. Frodo habría
sido derrotado por completo: aplastado hasta convertirse en polvo o conservado en
medio de tormentos como esclavo escarnecido. ¡Sauron no habría tenido miedo del
Anillo! Era suyo y estaba sometido a su voluntad. Aun desde lejos tenía efecto sobre
él, pudiéndolo hacer actuar para que volviera a sí mismo. Ante su presencia
concreta, muy pocos de su misma estatura podrían haber tenido esperanzas de retenerlo.
De los «mortales», ninguno, ni el mismo Aragorn siquiera. En la contienda
con las Palantír, Aragorn era el legítimo propietario. Además, la contienda tenía lugar
a la distancia, y en un cuento que permite la encarnación de grandes espíritus
en una forma física y destructible, su poder debe ser mucho mayor cuando están físicamente
presentes. Sauron debía ser considerado terrible. La forma que asumía
era la de un hombre de estatura más que humana, pero no gigantesca. En su más
temprana encarnación era capaz de velar por su poder (como lo hacia Gandalf) y
podía aparecer como una figura imperiosa de gran fuerza corporal y una actitud y
un aspecto de gran realeza.
De los demás, sólo Gandalf era capaz de dominarlo, pues se trataba de un
emisario de las Potencias y una criatura del mismo orden, un espíritu inmortal que
había adoptado una forma física visible. En el «Espejo de Galadriel», 1, 504, ésta se
concibe a sí misma capaz de esgrimir el Anillo y de suplantar al Señor Oscuro. Si
era así, también lo eran los otros guardianes del Árbol, en especial Elrond. Pero ésta
es otra cuestión. Formaba parte del Anillo el engaño por el que las mentes se
llenaban de la ilusión de supremo poderío. Pero esto los Grandes lo habían pensado
muy bien y lo habían rechazado, como se lo ve en las palabras que Elrond pronuncia
en el Concilio. El rechazo de Galadriel de la tentación se fundaba en una reflexión
y una resolución previas. En cualquier caso, Elrond o Galadriel habrían procedido
según la política ahora adoptada por Sauron: habrían erigido un imperio con
grandes generales y ejércitos absolutamente subordinados y maquinarias de guerra,
hasta que pudieran desafiar a Sauron y destruirlo por la fuerza. No se contemplaba
el enfrentamiento con Sauron cara a cara, sin ayuda. Uno puede imaginar la
escena en la que Gandalf, por ejemplo, estuviera colocado en semejante situación.
Estaría en delicado equilibrio. Por un lado, la verdadera fidelidad del Anillo a Sauron;
por el otro, una fuerza superior porque Sauron no tenía realmente posesión de
él, y quizá también porque estaba debilitado por una larga corrupción y el gasto de
la voluntad insumido en el dominio de seres inferiores. Si Gandalf resultaba victorioso,
el resultado para Sauron habría sido el mismo que la destrucción del Anillo;
para él habría sido destruido, le habría sido quitado para siempre. Pero el Anillo y
todas sus obras habrían quedado conservados. Habría sido el amo hasta el final.
Gandalf como Señor del Anillo habría sido mucho peor que Sauron. Habría seguido
siendo «justo», pero de una justicia centrada en sí mismo. Habría seguido
gobernando y mandando cosas para «bien» y beneficio de sus subditos de acuerdo
con su sabiduría (que era y habría seguido siendo grande).
(El borrador termina aquí. En el margen Tolkien escribió: «Así, mientras Sauron multiplicaba
[palabra ilegible] el mal, permitió que el “bien” fuera claramente distinguible
de él. Gandalf habría vuelto el bien detestable y en apariencia malo.»)
[1]En realidad, como los acontecimientos desarrollados en las Grietas del Destino serían evidentemente vitales
para el Cuento, hice varios esbozos o versiones de prueba en diversas etapas de la narración; pero no
se utilizó ninguno de ellos, y ninguno de ellos se parecía mucho a lo que se cuenta en la historia tal como
quedó acabada.
[2]Con frecuencia vemos que los santos utilizan esta doble escala cuando se juzgan a si mismos al sufrir duras
pruebas o tentaciones y juzgan a los demás en parecidas situaciones.
[3]No se tiene en cuenta aquí la «gracia» o el aumento de nuestros poderes como instrumento de la Providencia.
A Frodo se le concedió la «gracia»: primero para responder al llamado (al final del Concilio) después
de una larga resistencia al sometimiento; y mas tarde en su resistencia a la tentación del Anillo (en momentos
en que reclamarlo, y de ese modo revelar su existencia, habría sido fatal) y en su capacidad de soportar
el miedo y el sufrimiento. Pero la gracia no es infinita, y casi siempre en la Divina Economía parece limitarse
a lo que es suficiente para el cumplimiento de una tarea designada para un instrumento en un concierto de
circunstancias y otros instrumentos.
[4] «Y allí estaba Frodo, pálido y consumido, pero otra vez él, y ahora había paz en sus ojos: no más locura,
ni lucha interior, ni miedos …. -La Misión ha sido cumplida, y todo ha terminado [dijo Frodo].»
[5]No se explica cómo se las compuso para hacerlo. ¡No le era posible, por supuesto, transferir sencillamente
el billete que tenía para el barco! Para todo el que no fuera de raza élfica estaba prohibido «navegar hacia
el Oeste», y cualquier excepción requeriría «autoridad», y ella no estaba en comunicación directa con los
Valar, especialmente desde que había elegido volverse «mortal». Lo que se quiere decir es que fue Arwen la
que primero pensó en enviar a Frodo al Oeste y rogó por él ante Gandalf (de modo directo o por intermedio
de Galadriel o ambas cosas) y utilizó como argumento su propia renuencia al derecho de ir al Oeste que ella
tenía. Su renuncia y su sufrimiento estaban relacionados y mezclados con los de Frodo: ambos formaban
parte de un plan para la regeneración del estado de los Hombres. Su ruego, por tanto, podría ser especialmente
efectivo, y su plan tener cierta equidad de intercambio. Sin duda, fue Gandalf la autoridad que aceptó
su niego. Los Apéndices muestran claramente que él era un emisario de los Valar, y virtual-mente su ministro
plenipotenciario en el cumplimiento del plan en contra de Sauron. Tenía también un acuerdo especial con
Cirdan, el Carpintero de Barcos, que le había dado su anillo y de ese modo se había puesto a las órdenes de
Gandalf. Como este mismo viajaba en el Barco, no habría inconvenientes, por así decir, ni al embarcar ni al
llegar a destino.
[6]Párrafos 3 y 4 de la primera página del capítulo «Numerosas separaciones» (Libro VI, capítulo 6) y este
pasaje: «… no podremos llegar más rápido, si antes vamos a ver a Bilbo. Pase lo que pase, yo iré primero a
Rivendel».
[7]Las bendiciones de Elrond a Frodo al final del Libro VI, capítulo 6.
[8]
En el sentido de que la «piedad», para ser una verdadera virtud, debe dirigirse al bien de su objeto. Es
vacía si se ejerce sólo para mantenerse uno mismo «limpio», libre del odio o de cometer una injusticia, aunque
éste sea también un buen motivo.
[9] «Ardía de cólera …. Matar a aquella criatura pérfida y asesina sería justo …. Pero en lo profundo del corazón,
algo retenía a Sam: no podía herir de muerte a aquel ser desvalido, deshecho, miserable que yacía
en el polvo.»
[10] El Rey-Brujo había sido reducido a la impotencia.
[11] «Fantasías descabelladas le invadían la mente; y veía a Samsagaz el Fuerte, el Héroe de la Era, avanzando
con una espada flamígera a través de la tierra tenebrosa, y los ejércitos acudían a su llamada mientras
corría a derrocar el poder de Barad-dür.»
– Principios de 1956
Estimado señor Straight:
Gracias por su carta. Espero que haya disfrutado con El Señor de los Anillos.
Disfrutado es la palabra clave. Porque fue escrito para entretener (en el más alto
sentido): para ser leíble. No hay en la obra ninguna «alegoría» moral, política o
contemporánea, en absoluto.
Es un «cuento de hadas», pero un cuento de hadas escrito para adultos, de
acuerdo con la creencia, que expresé una vez extensamente en el ensayo «Sobre
los cuentos de hadas», de que constituyen el público adecuado. Porque creo que el
cuento de hadas tiene su propio modo de reflejar la «verdad», diferente de la alegoría,
la sátira o el «realismo», y es, en algún sentido, más poderoso. Pero ante todo,
debe lograrse como cuento, entusiasmar, complacer y aun a veces conmover, y
dentro de su propio mundo imaginario, debe acordársele credibilidad (literaria). Lograrlo
fue mi objetivo primordial.
Aunque, por supuesto, si uno se propone dirigirse a «adultos» (gente mentalmente
adulta), éstos no se sentirán complacidos, entusiasmados o conmovidos, a
no ser que la totalidad o los episodios parezcan tratar de algo digno de consideración,
no de la mera peripecia: debe haber alguna relación con la «situación humana»
(de todos los tiempos). De modo que algo de las propias reflexiones y «valores»
del narrador aparecerá inevitablemente. No es esto lo mismo que la alegoría.
Todos nosotros, en grupos o como individuos, ejemplificamos principios generales,
pero no los representamos. No son más una alegoría los hobbits que, digamos, los
pigmeos de las selvas africanas. Gollum es para mí sólo un «personaje» —una persona
imaginaria— que, en una situación dada, actuó de este y aquel otro modo bajo
tensiones opuestas, tal como parece probable que hubiera actuado (hay siempre un
elemento incalculable en cualquier individuo, sea real o imaginario; de otro modo,
no sería un individuo, sino un «tipo»).
Intentaré responder sus preguntas específicas. La escena final de la Misión fue
modelada de ese modo simplemente porque, al considerar la situación y los «personajes
» de Frodo, Sam y Gollum, esos acontecimientos me parecieron mecánica,
moral y psicológicamente creíbles Pero, por supuesto, si desea usted que se profundice
la reflexión, diría que según el modo de la historia, la «catástrofe» ejemplifica
(un aspecto de) las familiares palabras: «Perdónanos nuestras deudas así como
nosotros perdonamos a nuestros deudores. No nos dejes caer en la tentación, mas
líbranos del mal».
«No nos dejes caer en la tentación», etcétera, es la petición más difícil y con
menos frecuencia considerada. En términos de mi cuento, la cuestión es que aunque
cada acontecimiento o situación tiene (cuando menos) dos aspectos: la historia
y el desarrollo del individuo (es algo de lo que puede obtener un bien, un bien definitivo,
para sí, o fracasar) y la historia del mundo (que depende de la medida que
adopte por sí misma), aun así uno puede hallarse en situaciones anormales. Yo las
llamaría situaciones «de sacrificio»: posiciones en las que el «bien» del mundo depende
de la conducta de un individuo en circunstancias que le exigen sacrificio y
una resistencia muy por encima de lo normal, o que incluso quizás exijan (o parezcan
exigir, humanamente hablando) una fortaleza de cuerpo y espíritu que el individuo
no posea: en cierto sentido, está condenado al fracaso, condenado a caer en
la tentación o a quebrantarse bajo la presión contra su «voluntad»; es decir, contra
cualquier elección que podría hacer o haría de estar libre y sin coacción.
Frodo se encontró en semejante posición: una trampa en apariencia completa;
una persona nacida con mayor poder probablemente nunca podría haber resistido
tanto tiempo a la seducción del poder ofrecido por el Anillo; una persona con menor
poder no habría podido tener esperanzas de resistirse a ella en una decisión final.
(Ya Frodo no había estado dispuesto a dañar el Anillo antes de ponerse en marcha,
y fue incapaz de dárselo a Sam.)
La Misión estaba condenada a fracasar como plan mundanal, y también estaba
condenada a terminar en desastre como la historia del proceso por el que el
humilde Frodo se dirigía al «ennoblecimiento», a su santificación. Fracasaría y fracasó
en lo que a Frodo concierne, al menos considerado solo. «Apostató», y he recibido
una furiosa carta en la que se clamaba que debió haber sido ejecutado por
traidor, no honrado. Créame, sólo cuando leí esto tuve idea de cuan «tópica» debía
parecer esa situación. Surgió naturalmente del «plan» general concebido en lo fundamental
en 1936. No preví que antes de que el cuento se publicara entraríamos
en una era oscura en la que la técnica de la tortura y el quebrantamiento de la personalidad
rivalizaría con la de Mordor y el Anillo y nos plantearía el problema concreto
de hombres honestos de buena voluntad destruidos al punto de convertirse
en apóstatas y traidores.
Pero en este punto se logra la «salvación» del mundo y la propia «salvación»
de Frodo por su anterior piedad y el perdón de la ofensa. En cualquier momento,
toda persona prudente le habría advertido a Frodo que Gollum ciertamente358 lo
traicionaría y podría robarle al final. Tener «piedad» de él y abstenerse de matarlo
fue una locura, o la mística creencia en el definitivo valor que de por sí tiene la piedad
o la generosidad, aun cuando resulte desastrosa en el mundo temporal. Le robó
y lo dañó al final; pero, por mediación de cierta «gracia», la última traición se
produjo precisamente en el momento en que el acto malo final fue lo más benéfico
que podía hacerse por Frodo. Por mediación de una situación creada por su «perdón
», él mismo fue salvado y liberado de su carga. Con mucha justicia se le acordaron
los más altos honores, pues resulta claro que él y Sam nunca ocultaron el
curso preciso de los acontecimientos. No me gustaría indagar cuál fue el juicio definitivo
a que fue sometido Gollum. Esto sería investigar «Goddes privitee», como
decía la gente del Medioevo. Gollum era digno de piedad, pero terminó pertinazmente
en el mal, y el hecho de que éste fuera para bien, no es mérito suyo. Su maravilloso
coraje y su extraordinaria resistencia, tan grandes como los de Frodo y
Sam o más todavía, si bien estaban consagrados al mal, eran portentosos, pero no
honorables. Me temo que, cualesquiera sean nuestras creencias, debemos enfrentar
el hecho de que hay personas que ceden a la tentación, rechazan la oportunidad de
nobleza o salvación, y parecen resultar «condenables». Su «condenabilidad» no es
mensurable en los términos del macrocosmos (donde puede tener un buen efecto).
Pero los que estamos en «un mismo barco» no debemos ocupar el sitio del Juez. El
dominio del Anillo era algo demasiado fuerte para el alma mezquina de Sméagol.
Pero nunca habría tenido que soportarlo si no se hubiera convertido en una especie
de mezquino ladrón antes de que se le cruzara en el camino. ¿Era necesario que se
le cruzara alguna vez en el camino? ¿Es necesario que algo peligroso se nos cruce
nunca en el camino ? Se podría encontrar una especie de respuesta tratando de
imaginar a Gollum en el trance de superar una tentación. ¡La historia habría sido
del todo diferente! Contemporizando, no fijando todavía la voluntad para el bien no
del todo corrupta de Sméagol en el debate en el pozo de escoria, se debilitó como
para aprovechar esa oportunidad cuando el amor naciente de Frodo quedó fácilmente
marchito por los celos de Sam ante la guarida de Ella-Laraña. Después estaba
perdido.
No hay especial referencia a Inglaterra en la «Comarca», salvo, por supuesto,
que como inglés criado en una aldea «casi rural» de Warwickshire, junto a la prós
próspera
burguesía de Birmingham (¡por el tiempo del Diamond Jubilee!), tomo mis
modelos, como cualquier otro, de la «vida» tal como la conozco. Pero no hay referencia
de posguerra. No soy «socialista» en sentido alguno -pues soy contrario a la
«planificación» (como debe de ser evidente), sobre todo porque los «planificadores»,
cuando adquieren poder, se vuelven malos-, pero yo no diría que tengamos
que sufrir aquí la malicia de Sharkey y sus Rufianes. Aunque el espíritu de Isengard,
si no de Mordor, está, por supuesto, siempre aflorando. El presente plan de
destruir Oxford con el fin de dar cabida a los automóviles es un ejemplo.359 Pero
nuestro principal adversario es un miembro de un Gobierno «Tory». Aunque hoy en
día podría encontrárselo dondequiera.
Sí: creo que los «victoriosos» no pueden nunca disfrutar de la «victoria», al
menos, no en los términos que esperaban; y en la medida en que lucharon por algo
para ser disfrutado por ellos (sea una adquisición o la mera preservación), menos
satisfactoria parecerá la «victoria». Pero la partida de los Portadores de los Anillos
tiene otro aspecto del todo diferente en lo que a los Tres concierne. Tras la historia,
por supuesto, hay una estructura mitológica. En realidad, fue escrita primero, y
quizás ahora se publique en parte. Se trata, diría yo, de una mitología «monoteísta
», aunque «subcreativa». No hay corporización del Único, de Dios, que, por cierto,
permanece remoto, fuera del Mundo, y sólo es directamente accesible a los Valar
o los Gobernantes, Éstos ocupan el lugar de los «dioses», pero son espíritus
creados o aquellos de la primera creación que por propia voluntad han entrado en
el mundo.360 Pero el Único conserva su autoridad definitiva y (o así parece verse en
el tiempo serial) se reserva el derecho a meter el dedo de Dios en la historia: esto
es, producir realidades que no podrían deducirse aun teniendo un conocimiento
completo del pasado previo, pero que, por ser reales, se convierten en parte del
pasado efectivo para todo tiempo subsiguiente (la posible definición de un «milagro
»). De acuerdo con la fábula, los Elfos y los Hombres fueron las primeras de estas
intromisiones, hechas en verdad mientras la «historia» era todavía sólo una historia
y no estaba «realizada»; por tanto, de ningún modo fueron concebidos o
creados por los dioses, los Valar, y se los llamó los Eruhíni o «Hijos de Dios», y para
los Valar fueron un elemento incalculable: esto es, eran criaturas racionales de libre
voluntad en relación con Dios, de la misma categoría histórica que los Valar, aunque
de capacidad espiritual e intelectual y rango muy inferiores.
Por supuesto, aunque esto sea de hecho exterior a mi historia, los Elfos y los
Hombres son sólo aspectos diferentes de lo Humano y representan el problema de
la Muerte vista por una persona finita, aunque con voluntad y consciente de sí. En
este mundo mitológico los Elfos y los Hombres son parientes en sus formas encarnadas,
pero en la relación de sus «espíritus» con el mundo temporal representan
diferentes «experimentos», cada uno de los cuales tiene su propia tendencia natural
y su debilidad. Los Elfos representan, por así decir, los aspectos artísticos, esté-
ticos y puramente científicos de la Naturaleza Humana elevados a un nivel más alto
del que se ve de hecho en los Hombres. Esto es: le tienen un amor entrañable al
mundo físico, y un deseo de observarlo y comprenderlo por sí mismo y como «otro»
-como realidad derivada de Dios en el mismo grado que ellos mismos-, no como
material susceptible de ser utilizado o como plataforma de poder. También poseen
una facultad «subcreativa» o artística de suma excelencia. Por tanto, son «inmortales».
No «eternamente», pero lo necesario para resistir junto con el mundo creado
y dentro de él mientras su historia dure. Cuando son «muertos» por la herida o la
destrucción de su forma encarnada, no escapan del tiempo sino que permanecen en
el mundo, ya sea desencarnados o renaciendo. Esto se vuelve una gran carga a
medida que transcurren las edades, especialmente en un mundo donde existen la
malicia y la destrucción (en esta fábula, he dejado fuera la forma mitológica que
adopta la Malicia o la Caída de los Ángeles). El mero cambio como tal no se representa
como «mal»: es el desarrollo de la historia, y negarlo, por supuesto, está contra
los designios de Dios. Pero la debilidad de los Elfos en estos términos es naturalmente
lamentar el pasado y no estar dispuestos a enfrentar el cambio: como si
un hombre detestara un libro largo que todavía continúa y quisiera demorarse en
su capítulo favorito. De ahí que en cierta medida se dejaran ganar por los engaños
de Sauron: desearon tener cierto «poder» sobre las cosas tal como son (lo que es
muy diferente del arte) para hacer efectiva su particular voluntad de permanencia:
detener el cambio y mantener las cosas siempre frescas y hermosas. Los Tres Anillos
era «inmaculados», porque este objeto era bueno en su modo limitado: incluía
la curación de los verdaderos daños de la malicia, como también la mera detención
del cambio; y los Elfos no deseaban dominar otras voluntades, ni usurpar todo el
inundo para su particular placer. Pero con la caída del «Poder», sus pequeños esfuerzos
por preservar el pasado se desmoronaron. Ya no había nada para ellos en la
Tierra Media, salvo cansancio. De modo que Elrond y Galadriel partieron. Gandalf es
un caso especial. Él no fue el hacedor ni el propietario original del Anillo, sino que le
fue dado por Círdan para ayudarlo en su área. Gandalf volvía, terminados su trabajo
y cometido, a su casa, la tierra de los Valar.
La travesía del Mar no es la Muerte. La «mitología» se centra en los Elfos. De
acuerdo con ella, hubo al principio un Paraíso Terrenal, hogar y reino de los Valar,
parte física de la tierra.
En esta historia o mitología no se da en parte alguna una «encarnación» del
Creador. Gandalf es una persona «creada», aunque posiblemente era un espíritu
que existía desde antes del mundo físico. Su función como «mago» era la de ser
angelos o mensajero de los Valar o Gobernantes: ayudar a las criaturas racionales
de la Tierra Media a oponer resistencia a Sauron, un poder excesivo para ellos si se
hallaban desasistidos. Pero como, según la perspectiva de este cuento y mitología,
el Poder —cuando domina o trata de dominar a otras voluntades y a otras mentes
(excepto con el asentimiento de su razón)— es malo, estos «magos» se encarnaron
en las formas de vida de la Tierra Media, de modo que padecían dolores tanto mentales
como físicos. Por la misma razón, estaban también sometidos al peligro de lo
encarnado: la posibilidad de la «caída», del pecado, si quiere. La forma principal
que esto adopta en ellos sería la impaciencia que conduce al deseo de forzar a los
demás a cumplir con sus propios buenos designios y, por tanto, de manera inevitable,
finalmente al mero deseo de volver efectivas sus propias voluntades por cualquier
medio. A este mal sucumbió Saruman. Gandalf no. Pero la situación empeoró
tanto por la caída de Saruman, que los «buenos» se vieron obligados a un mayor
esfuerzo y sacrificio. Así Gandalf enfrentó y padeció la muerte; y volvió o fue enviado
de vuelta, como él lo dice, con poderes acrecentados. Pero aunque esto le recuerde
a uno los Evangelios, no se trata verdaderamente de lo mismo en absoluto.
La Encarnación de Dios es algo infinitamente más grande que nada que yo me
atreviera a escribir. Aquí sólo me ocupo de la Muerte como parte de la naturaleza,
física y espiritual, del Hombre, de la Esperanza sin garantías. Ésa es la razón por la
que considero el cuento de Arwen y Aragorn como el más importante de los Apéndices;
forma parte de la historia esencial, y sólo se lo sitúa de esa forma porque no
pudo incluirse en la narración principal sin destruir su estructura: que está planeada
para ser «hobbito-céntrica», es decir, primordialmente un estudio del ennoblecimiento
(o santificación) de los humildes.
(Ninguno de los borradores con que se compuso este texto está acabado.)