¿CUÁL ES MI NOMBRE?
A poco que nos paremos a pensar, no hay nada en el mundo que lleguemos a comprender del todo. Siempre aparece un rasgode incomprensibilidad en las cosas, en las personas, en las situaciones. No conseguimos captarlas plenamente. Los nombres queles damos tampoco alcanzan el meollo de lo que nombramos, suesencia. Sólo puede lograrlo quien conoce plenamente lo nombrado. O, al menos, quien tiene la capacidad de hacerlo. Una capacidad que da el amor: el nombre verdadero –tanto el nombre propiocomo el apelativo familiar– nos lo da quien nos ama, con más precisión cuanto mayor es su amor. Por eso sólo nombra con aciertoel Creador, mostrando así la superioridad de quien nombra sobre lo nombrado. Una superioridad de excelencia, no prepotente; una superioridad que es delicadamente respetuosa con la realidad nombrada.
En la medida en que el ser humano tuviera la capacidad de conocer y amar con rectitud y sin obstáculos las realidades creada s(parece que esa era la situación en los orígenes de la creación, según narra el libro del Génesis 1), sería capaz de nombrarlas con plenitud, pues cada una de ellas adquiere sentido en su referencia a él; de hecho la creatividad humana termina dando nombre a las realidades artificiales que surgen de su ingenio y capacidad. Sin embargo, cuando el hombre pierde el sentido, cuando permite que su conocimiento y su percepción de la realidad se llenen de obstáculos, tergiversa el lenguaje y acaba manipulando la realidad hasta destrozarla, porque todo abuso del lenguaje es un abuso de poder: del poder nombrar. Porque el hombre, al nombrar las realidades creadas, las pone de manifiesto ante los demás, les da un lugar en elmundo. Pero su actual limitación hace que sólo sea capaz de nombrar parcialmente y que, en el fondo, al hacerlo, consiga expresarmás de sí mismo que de aquello que nombra.
Quizá por eso experimentamos que determinados nombrestienen una relación más profunda, más difícil de romper, con lacosa nombrada. El nombre nos parece más significativo y venerable cuanto mayor es nuestro amor a la realidad o a la persona a laque nos referimos, es decir, cuanto más apreciamos el vínculo con ella que manifestamos al nombrarla; por eso, muchas veces el apelativo familiar dicebastante más –a quien nombra y al nombrado; y también acerca de ellos– que el nombre formal. Otros nombres,en cambio, expresan una vinculación más superficial, no son frutodel conocimiento y del amor, sino un mero «salir del paso». Nopertenecen al ámbito de la identidad, sino que son tan solo unmodo eficaz y práctico de sobrevivir.
Tener un nombre es existir para alguien, para otros. Un diamante en las entrañas de la tierra no tiene existencia singular, propiamente hablando: no es un diamante hasta que alguien lo descubre, lo arranca y lo talla. No hemos de olvidar que, en el fondo, lamayor prueba de amor es ser nombrados de continuo, porque esosignifica ser reconocidos por alguien como seres que existen y sonimprescindibles para quien los nombra. Son los nombres que perduran y, cuando la memoria va cediendo, se conservan, aunque otros menos amados se vayan difuminando y confundiendo, hastaperderse; una persona, por ejemplo, se puede llamar Francisco y ser hijo de José Antonio, que es farmacéutico de un pueblo; con elpaso del tiempo, algunos lo recordarán simplemente como «el hijo de José Antonio» o incluso «el hijo del boticario». Y en estalínea, posiblemente la mayor crueldad –el mayor desamor– seríano ser nombrados nunca por nadie, porque significaría no ser reconocidos como valiosos en nuestra existencia. Esto es humanamente posible, pero no lo es en términos absolutos. Porque la existencia consiste, en resumidas cuentas, en ser nombrados de continuo por Dios.
¿Qué significa, pues, nombrar a alguien? Estamos acostumbrados a identificarnospor el nombre de pila, que sirve para ser llamados, para distinguirnos de otros, para iniciar una relación quesea personal… Pero, de ordinario, no parece que se pueda afirmarque tener ese nombre u otro sea una definición de nuestro yo. No obstante, en ciertas tradiciones culturales el nombre tiene algo que apunta a aspectos fundamentales de la persona; tras el nombrese añade un prefijo que significa «hijo de», al que sigue el nombre del padre (el beno el bar hebreo; el ibn árabe; o la terminación vich/ovna del ruso). Y en algunos pueblos de África, lo que nosotros llamamos apellido varía en los distintos miembros de una familia, es diferente porque hace referencia a las circunstancias delnacimiento: por la tarde, en la luna llena, etc.: es lo específico; locomún es pertenecer al mismo clan.
En cualquier caso, todos tenemos una cierta intuición de que«con el nombre no se juega». Lo experimentamos como señal deidentidad. Si alguien hace bromas con él, no suelen ser de nuestroagrado. La cuestión, entonces, es: ¿cuál es el nombre que nos define?; ¿cuál el que dice más acerca de cada uno de nosotros? No es fácil responder, porque, aparte de la mencionada limitación humana, no es posible definirnos. La persona –cada una y cada uno– es una definición siempre abierta, perfectible, que sólo queda cerrada con la muerte. Propiamente sólo entonces podemos ser nombrados con precisión, haciendo que el nombre coincida con nuestro ser. Cierta conciencia de esto se aprecia en los modos de actuarante la muerte en distintos lugares. Un conocido filósofo alemáncuenta de uno de sus viajes: «En un templo japonés dedicado aBuda se me mostraron cientos de tablitas doradas con los nombresde los muertos por los que los monjes oraban. Pero sobre esas tablitas no está escrito el nombre que utilizaron en esta vida, ni el nombre ni el apellido, sino un “nombre nuevo” que le ha sido puesto al fallecido en un específico acto ritual. Mientras contemplaba los extraños signos escritos, me vino a la cabeza la frase bíblica del profeta Isaías: “Te he llamado por tu nombre”. Sin dudaes ese nuestro nombre real, que nombra lo que en verdad somos.Sólo que nos es desconocido».
EL NOMBRE POR EL QUE SOMOS LLAMADOS
Y sin embargo, tiene su interés el conocerlo. Sobre todo para quien cree que existe la vida eterna, pues allí somos y seremos llamados por ese nombre, y cabe el riesgo de que no acertemos a responder, si lo ignoramos. Para el cristiano, en concreto, la otra vida ala que se aspira es algo en lo que se tiene un papel protagonista: laplenitud de la vida que se ha esforzado por construir en este mundo.Percibe la vida como un don de Dios que se entiende en la medidaen que tiene nombre de misión, de tarea a realizar: una llamada auna vida única, singular e irrepetible. Para quien tiene fe, el sentido de la existencia no es una especie de acertijo kafkiano: la revelación cristiana afirma que ese nombre se puede conocer en esta vida y esforzarse por realizar, si libremente se desea: «al vencedor (…) le daré también una piedrecita blanca, y escrito en esa piedrecita un nombre nuevo, que nadie conoce sino el que lo recibe». Y el Catecismo de la Iglesia católica, cuando habla del Cielo, dice que «vivir en elCielo es “estar con Cristo” (…). Los elegidos viven “en Él”, aún más, tienen allí, o mejor, encuentran allí su verdadera identidad, su propio nombre»4. Conocer y realizar, he dicho, aunque pueda parecer una contradicción. Trataré de explicarme.
La cuestión es que el nombre verdaderosólo nos lo puede darquien nos conozca en plenitud. Por eso sólo Dios nos puede ponerel nombre, porque sólo Él nos ama plenamente: ese nombre expresa lo que somos. Y no podemos olvidar que, para conocerlo, es necesario oírlo, escucharlo una y otra vez, y preguntarlo si es preciso. Del mismo modo que hemos aprendido nuestro propio nombre depila oyendo desde la cuna cómo otros nos nombraban, y nuestrosapellidos –incluso remontándonos a varias generaciones– preguntando a nuestros padres, podemos conocer el nombre que Dios nosda si nos decidimos a creer en Él, a preguntarle, fiándonos del amorcon que nos nombra, y a escuchar. Lo expresa magníficamente Ernestina de Champourcín en uno de sus poemas, cuando dice: «Nosé cómo me llamo… / Tú lo sabes, Señor. / Tú conoces el nombre /que hay en tu corazón / y es solamente mío; / el nombre que tuamor / me dará para siempre / si respondo a tu voz. / Pronuncia esapalabra / de júbilo o dolor… / ¡Llámame por el nombre / que mediste, Señor!»5.
Pero como nada humano es realizable sin la libertad personal,no se trata simplemente de un nombre impuesto: es un nombredado(donado) que, a la vez, ha de llegar a serexpresión de la identidad que hayamos realizado, tratando de vivir la verdad de nuestraexistencia. Dios nos da el nombre como identidad y como meta: nocabe –por así decirlo– que nos «obligue» a llamarnos «así». Sinduda ese nombre es lo que nos define, pero la definición de la persona es siempre autodefinición. Nos vamos definiendo en la medida en que descubrimos y nos empeñamos en realizar el plan divino PARA y POR EL QUE fuimos creados. Pues Dios primero piensa ennuestra vida como misión y luego nos otorga las cualidades necesarias para llevarla a cabo. Si no queremos, podemos quedarnospara siempre sin nombre; y entonces tendremos que construirnosuno a nuestra medida, inevitablemente limitada.
Nuestro nombre tendría que ser entonces nuestra vida. Si no,sería un adorno extraño, una burla final. Algo de eso expresa el soneto que sigue: «Ufano de su talle y su persona, / con la altivez deun rey en el semblante, / aunque rotas, quizá, viste arrogante / suscalzas, su ropilla y su valona. / Cuida más que su hacienda, su tizona. / Sueña empresas que olvida en un instante. / Reza con devoción, peca bastante / y, en lugar de callarlo, lo pregona. / Intentópor su dama una quimera / y le mataron sin soltar la espada. / Sóloquiso al morir, que se le hiciera, / si algo quedó en su bolsa malgastada, / una tumba de rey donde dijera: / “Nació para ser mucho, y no fue nada”».
No en vano, la revelación cristiana afirma también que es posible llegar al momento del encuentro definitivo con el Señor con un nombre falso y recibir como respuesta, cuando cada una y cada uno se intenta dar a conocer ante Dios: «en verdad os digo que no os conozco». Interesa ahora recordar que la libertad tiene sentidoen la medida en que nos permite ser voluntariamente fieles a loscompromisos adquiridos. No es indiferente el uso que se le dé. Elmero hecho de tomar una decisión libre no garantiza el acierto; ymuchas veces es más libre quien elige lo único posible para mejorar y alcanzar una mayor plenitud. Para entenderlo bien, bastapensar en un estudiante que desea mostrar sus conocimientos enun examen tipo test; su libertad no puede consistir en elegir la respuesta que quiera, sino la única posible: la verdadera. De modo similar en la vida: el empeño por descubrir ese nombre singular yconfigurarlo a diario va moldeando la existencia personal de cadauna y de cada uno. Y una buena manera de conseguirlo es, sinduda, no olvidar que el mejor modo de acertar en el momentoconcreto en que se toma la decisión, es siempre elegir la posibilidad que proporciona una mayor capacidad de amar.